¿Queremos menos delito?
Damiens fue condenado, el 2
de marzo de 1757, a “pública retractación ante la puerta principal de la
Iglesia de París”, adonde debía ser “llevado y conducido en una carreta,
desnudo, en camisa, con un hacha de cera encendida de dos libras de peso en la
mano”; después, en “dicha carreta, a la plaza de Gréve, y sobre un cadalso que
allí habrá sido levantado [deberán serle] atenazadas las tetillas, brazos,
muslos y pantorrillas, y su mano derecha, asido en ésta el cuchillo con que
cometió dicho parricidio, quemada con fuego de azufre, y sobre las partes
atenaceadas se le verterá plomo derretido, aceite hirviendo, pez resina
ardiente, cera y azufre fundidos juntamente, y a continuación, su cuerpo
estirado y desmembrado por cuatro caballos y sus miembros y tronco consumidos
en el fuego, reducidos a cenizas y sus cenizas arrojadas al viento”.
(…) “Aseguran que aunque
siempre fue un gran maldiciente, no dejó escapar blasfemia alguna; tan solo los
extremados dolores le hacían proferir horribles gritos y a menudo repetía: “Dios
mío, tened piedad de mí; Jesús socorredme”.
Aunque este relato se asemeje una escena
cinematográfica de terror, se trata de una historia que ocurrió en la vida
real. Hablamos de una de las tantas sentencias que fue dictada y ejecutada en París
en el año 1757 (hace poco más de 250 años). Lamentablemente para los espectadores
de esta sombría fiesta punitiva (todas estas condenas se cumplían en las plazas
públicas frente a la ciudadanía), no todo salió como planearon y tuvieron que
agregar dos caballos extra, es decir seis, para intentar desmembrar al delincuente.
Como esto tampoco funcionó, el verdugo decidió colaborar y cortar con un
cuchillo los muslos y brazos de Damiens casi hasta los huesos, así los caballos
podían jalar con más facilidad y cumplir con su cometido. Luego de este pequeño
incidente, se continuó el cumplimiento de la sentencia hasta la parte de las
cenizas. Otros métodos que se incorporaban en las condenas comprendían los
azotes, pinzas, desmembramientos, apertura del vientre, arrancamiento las
entrañas (rápido para que el condenado pueda verlas), hasta decapitaciones, y
cualquier otro método de tortura que se pueda imaginar.
El relato de Damiens, inicio de Vigilar y castigar de Michel Foucault, que por cierto recomiendo fuertemente
su lectura, es tan solo una demostración de cómo operaba el derecho penal en
época pre-iluminista. Existía una justificación política y moral respecto a la
crueldad del derecho a castigar que venía desde antaño, que fue modificada a
fines del siglo XVIII, acarreando asimismo la desaparición de los suplicios
como el que relatamos. A fines de dicho siglo y comienzos del siglo XIX el
sistema penal sufrió profundos cambios que continúan hasta el día de hoy. Pero,
¿cuál es el objeto de esta cita? La idea es dejar en evidencia la paradoja de
que la espectacularidad del castigo, la aplicación de estos procedimientos
sangrientos y extremadamente violentos, acababan por ser enormemente más
salvajes y criminales que el acto que pretendían reprochar. Y entonces cabe
preguntarnos, ¿cuál es la finalidad de la pena? Porque evidentemente la
retribución animal que vemos en estos castigos es aún más delictiva que el propio
delito, y no creo que ayude a nada. En esta era de los suplicios, lo que se
buscaba era un castigo que causara sufrimiento y dolor sobre el cuerpo, variando
su intensidad y duración según la gravedad del delito cometido, así el
delincuente podía “purgar su crimen”. Este tipo de castigo estaba íntegramente
basado en un cuerpo exhibido, paseado, expuesto, ultrajado en público, con el
objeto de reconstruir la soberanía real vulnerada por el criminal, no para restablecer
la justicia, sino para demostrar su
superioridad y reactivar su poder. El castigo se basaba en hacer visible sobre
el cuerpo del criminal la omnipresencia del soberano.
Toda
esta teatralización punitiva característica del siglo XVIII basada en su
totalidad en castigos físicos extremadamente severos como el que relatamos fue
desapareciendo con la llegada de un nuevo sistema penal a partir de los códigos
penales liberales de fines de 1700 y principios de 1800. Este cambio, en contexto,
responde a la “humanización” que fue acentuándose por obra de las Revoluciones
Iluministas. Pero podemos observar que lo que en realidad ocurrió fue una
reinvención del castigo, de la forma de castigar, más condescendiente con el
cambio de paradigma político-económico-social humanizante. Se empezó a castigar
con lo nuevo más valioso para el sistema imperante: la libertad y el tiempo. Si
bien pareciera que se abandonaba el castigo corporal, lo que verdaderamente se
dejó de lado es la manera más burda y obvia de castigar un cuerpo, es decir, la
ejecución pública, salvaje y evidente, para dar lugar, en palabras de Foucault,
a unos castigos menos inmediatamente
físicos, cierta discreción en el arte de hacer sufrir, un juego de dolores más
sutiles, más silenciosos, y despojados de su fasto visible. A partir de
aquella época y hasta el día de hoy, hubo un profundo re-ordenamiento de la
punición, quitando de la vista los martirios pero profundizando el ejercicio
del poder, al crear un nuevo sistema que tiende a ocultar el proceso penal, y
especialmente dentro de él, al castigo. La justicia, quien encarnaba los
castigos, dejó de enorgullecerse de aquella función, y se la cedió
generosamente a las penitenciarías, que hasta ese entonces no existían como las
conocemos. Si bien se conserva el fondo supliciante, el sufrimiento ahora es
menos burdo, y los castigos menos físicamente severos, acompañado de un
engranaje de corrupción sin igual entre el Poder Judicial y el sistema
penitenciario que retroalimenta la problemática inicial. Las penitenciarías
modernas, bajo la lógica del panóptico de Bentham, institucionalizaron el
disciplinamiento y perfeccionaron la vigilancia para demostrar el ejercicio del
poder, invisible pero siempre presente.
Acercándonos hacia la realidad actual, lo que me
preocupa ya hace unos cuantos años es la marketización del derecho penal, el
oportunismo del endurecimiento de la política criminal, y la cada vez más
creciente demanda de retribución como transitoria sensación de justicia. Lo que
muchas veces desconocen estas demandas, es que endurecer la política penal,
aumentar las penas, tener cada vez más y más presos y ellos menos derechos, han
resultado históricamente y a lo largo y ancho del mundo, por lo pronto
ineficaces para combatir el delito. Y este es un análisis de eficacia, no de derechos
humanos. Uno realza el peligro de la diseminación generalizada de un discurso
sentimentalista, no por capricho personal, sino porque a raíz de la historia
local y mundial, el populismo punitivo ha llevado a grandes atrocidades en las
últimas décadas, y es muy peligroso legitimar la vocación extra-punitivista de mayorías
circunstanciales en determinado tiempo y lugar. Es en muchos casos una
respuesta cortoplacista que refleja las deficiencias y profundidad de crisis socio-político-económicas
que a su vez retroalimentan la rueda de prisionizaciones y no acaban por
solucionar nada, sino que lo empeoran todo.
Hay mucha confusión. La gran mayoría de los delitos de
baja criminalidad, responden principalmente a factores sociales, como la falta
de educación y recursos de todo tipo, la ausencia del estado, carencias
afectivas, desprecio, etc. Lejos de ser esto una justificación de nada, creo
que todo aquel que cometa un delito, sea por la causa que sea debe pagarlo, y
en caso de corresponderle con la pena privativa de la libertad. ¿Pero
conociendo esto, debemos abordarlo solo desde una arista penitenciaria? Me
parece que es esencial reforzar entonces todas las políticas necesarias para
reducir lo más que se pueda la criminalidad originada en estas problemáticas.
Fomentar más y mejores programas de educación, de asistencia familiar, de
formación en valores, de trabajo comunitario y de trabajo en el sector privado,
de capacitaciones y demás, en todos y cada uno de los rincones del país. Eso es
elemental. Por otro para no desatender la problemática en análisis me pregunto,
una vez que la prisionización sucede, ¿nos contentamos y ya? ¿Nos olvidamos y
problema resuelto? Creo que no. Hay que ahondar en los problemas y no quedarse
en la superficie, ¡por nuestro bien! Dejamos claro que los homicidios, violaciones,
abusos sexuales, delitos graves contra la propiedad, contra la fe pública, y
demás, tengan poco o mucho que ver con factores sociales, deben ser seriamente castigados
con todo el peso de la ley y la prisión. Sin embargo, yendo más a fondo, ¿la
prisión tal cual la conocemos en nuestro país representa una solución en algún
punto efectiva para la criminalidad? Evidentemente no, y hay que mejorarla.
Delito existe y existió desde la humanidad es tal, lamentablemente es un dato,
y hay que trabajar desde ese supuesto en adelante. Entonces, es nuestro deber
como sociedades evolucionadas aplicar los estándares y reformas que
correspondan para que el sistema penal y el servicio penitenciario sirvan para
lo que fueron creados y para lo que se espera que sirvan: prevenir la comisión
de delitos, y para proceder a la reinserción de quienes delinquen a la sociedad.
Está claro que los casos más graves merecen un castigo mayor, así funcionan
todos los sistemas penales civilizados del mundo, eso está clarísimo, ahora
tenemos que pensar también en abordajes alternativos que contribuyan un poco más
a solucionar verdaderamente los problemas planteados.
En el sistema penal actual, remanente de la política
criminal inquisitiva pre-iluminista, lo que castiga no es el daño que se le
efectúa a otra persona, sino el quebrantamiento del poder del soberano. Por eso
mismo en el proceso penal el fiscal representa “los intereses de la sociedad” y
no a la víctima, que, si puede pagar un abogado, es representada por la
querella. Es decir, se produce lo que en la ciencia jurídica llamamos la “expropiación
del conflicto a la víctima”, donde ya no importa si te cortaron una mano, te
robaron o lo que sea, sino que se haya vulnerado la autoridad del estado. Reflejémoslo
con un claro ejemplo. Supongamos que a X le roban el celular, un policía lo ve,
detiene al delincuente y se inicia el proceso penal. El fiscal sin oír a nadie,
impulsa la acción penal, se realiza la instrucción, van a juicio oral, y el
sujeto es condenado a la pena privativa de la libertad máxima prevista para el
delito de hurto, de cumplimiento efectivo, sin probation ni nada. El sujeto va a la cárcel, no trabaja, no
estudia, no mejora y lo único que aprende es a delinquir mejor y se reinserta
en la sociedad más violento de lo que entró. Ahora alguien puede decirme ¿cuál
fue la efectividad de la prisión tal cual está en mejorar la criminalidad?
Ninguna, y no es que haya que eliminarla, sino reformarla y mejorarla,
profundamente. ¿Qué intervención tuvo la víctima en todo este proceso? Ninguna también. Y esto evidencia que
como está diseñado nuestro sistema penal, al estado no le importa la solución
del conflicto, ni el celular, ni la víctima, ni mejorar al preso, ni nada, solo
le interesa el castigo por haber roto sus normas. ¿De qué nos sirve que el
sistema siga funcionando así, a quién le sirve? Pareciera que es malo para el
delincuente, para la víctima y para la sociedad toda. Bueno, me parece que esto
debería cambiar.
Creo que existen enormes variantes a explorar y
aplicar para reconfigurar al concepto de la “pena”, para que tenga una mayor
utilidad y eficiencia en el tratamiento de la criminalidad, advirtiendo que se
trata de una problemática con muchísimas aristas, que no se soluciona con penas
más altas ni más policías que ciudadanos. En términos generales, algunas ideas.
Se pueden incorporar penas alternativas para delitos leves (podrían ser
aquellos de hasta 3 años de pena máxima), que sean más efectivas y útiles para
la sociedad toda. Por ejemplo, en caso de un hurto, devolver el bien objeto del
delito, más una suma de dinero, y realizar actividades comunitarias. Además de
resarcir económicamente el daño causado a las víctimas, puede incorporarse el
deber de asistir a cursos, brindar asistencia a la comunidad en iglesias,
clubes de barrio, etc., todo bajo supervisión de un número de actores estatales
y privados involucrados. A este sistema podría agregarse la atención
psicológica obligatoria, podría haber un sistema de mentoreo o de counseling, un tutor para determinada
cantidad de detenidos, con el apoyo de las familias de ser posible. Otro punto
muy importante, es la necesidad de incorporar a la víctima a todo este sistema.
Hay que brindar mayor y mejor asistencia y participación a las víctimas durante
todo el proceso (desde el inicio, el durante el proceso y en la ejecución de
sentencia). Las víctimas no deben ser un actor tangencial en los procesos
penales, sino igual de protagonistas que el juez o el delincuente. Deben recibir
asistencia psicológica, ser oídas, hacer sugerencias, plantear alternativas, y
ser consultadas siempre con miras a intentar solucionar el problema, y
eventualmente a reinsertar al victimario a la sociedad. Su participación es
fundamental, por innumerables motivos, y debe ocurrir. En el caso de los
delitos más graves, donde indefectiblemente corresponde la privación de la
libertad, además de las actividades anteriores, se puede sumar la educación
obligatoria, el trabajo opcional remunerado, talleres de oficios y deportivos,
una alimentación sana y una red de atención física y psicológica de calidad. Los
presos son parte de la sociedad aunque no se lo quiera, y a menos que obtengan
una sentencia de prisión perpetua, que tampoco es tal, más tarde o más temprano
van a volver a la calle, entonces tenemos que plantearnos seriamente que
queremos lograr en el mientras tanto. Las estadísticas demuestran que aquellos
que tienen más conocimientos, que trabajan y que reciben asistencia, poseen una
tasa de reincidencia enormemente más baja que los que no atraviesan estos
procesos. La idea es que la persona que pasa la privación de la libertad vuelva
a la sociedad con más herramientas que con las que entró, por el bien propio y
por el de la sociedad toda. Todos estos elementos son necesarios en un sistema
penitenciario eficiente, y así lo demuestra la experiencia de los países más desarrollados.
Las
tasas delictuales más bajas del mundo las encontramos en Europa. Evidentemente este fenómeno responde a
cuestiones históricas, económicas, sociales y culturales, de países con gran
compromiso social, con trabajos bien remunerados, con bajas tasas de indigentes
y pobres (siempre hablando en general), con altos niveles de cooperación
internacional, desarrollo económico, democracias fuertes, y educación alta, que
reflejan fielmente todos esos aspectos positivos en la cantidad de delitos
cometidos y criminalizados. Además de tener un servicio penitenciario
mayoritariamente limpio, sano, con espacios de recreación, menos restrictivo y
violento, el mismo permite a los presos una real reinserción en la sociedad,
para su beneficio y el de todos. Por eso creo que la criminalidad debe tratarse
desde todas las aristas, con más educación, más inclusión, más trabajo, más
valores, más solidaridad, y menos violencia y destrucción. La venganza brutal,
el hacinamiento, los tratos inhumanos, la espiralización de la violencia, y el
castigo por el castigo en sí, no tienen ninguna retribución a largo plazo, sino
que por el contrario fomentan la profundización de la problemática criminal, es
un círculo vicioso. ¿Por qué pensamos que los suplicios fueron abandonados
inicialmente? Nadie tiene por qué conocer la historia penal ni penitenciaria,
pero todos tenemos el deber de informarnos
para opinar con calidad, porque una opinión desinformada multiplicada
puede generar un grave daño y terminar perjudicando a la sociedad toda. Hay que
rechazar al populismo punitivista, que no ataca un problema por las causas,
sino por las consecuencias, y simplemente no es efectivo. Y creo que todos
estaríamos de acuerdo en que queremos que haya menos delitos, y menos víctimas.
Los pueblos sin memoria tienden a cometer los mismos errores. Lamentablemente, cuando
se elige abordar este serio tema desde una perspectiva cortoplacista y sesgada,
perdemos tiempo, y los delitos y las víctimas continúan multiplicándose, nos
perjudicamos todos. Es ahí donde hay que analizar la experiencia propia y de
los países del mundo que lograron reducir el delito, para hacer el abordaje que
debe hacerse si se busca en algún momento perseguir a una verdadera solución de
fondo. A los argentinos muchas veces nos cuesta mirar a largo plazo, pero sin una
mirada constructiva y abarcativa nada va a cambiar. La problemática de la
criminalidad es multicausal, tiene decenas de aristas, y hay que tratarla desde
todas ellas, pero es urgente por algo se empiece. Si bien aún nos queda mucho
por delante, hay que saber que la única manera de llegar a cualquier lado es
teniendo claro el horizonte.
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